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EL DESPRECIO

EL DESPRECIO

Por: Jorge Bruce

PERU: La República
Lima, 25/ENERO/2009

En una conferencia de prensa de Alan García, en la que los periodistas lo interrogaban acerca de las muertes de dos jóvenes policías en el Bosque de Pómac, el Presidente sonrió con sarcasmo ante la pregunta de una reportera y se negó de plano a responder a su pregunta: “a La Primera no”. No sé qué dirán los manuales de ética periodística respecto de situaciones tan insólitas, en las que un servidor del Estado, sobre todo porque es el primero de ellos, se niega a responder a un medio de prensa porque no le da la gana. A mi parecer, lo correcto sería que todos los colegas abandonaran la conferencia en el acto.

Hoy es La Primera (en donde también se está hostigando judicialmente a Raúl Wiener), mañana puede ser cualquier otro. Es inadmisible que un funcionario público decida a quién responde y a quién no, porque le cae o no le cae. Mejor dicho, porque es sistemáticamente crítico de su régimen. El mensaje implícito es que solo responderá a los que se porten bien. El Presidente tiene todo el derecho a tener mayor simpatía por quienes lo aprueban, aplauden o cantan loas, pues pedirle que controle su narcisismo sería tan inútil como pedirle al ministro Hernani que demuestre la “inteligencia” con la que se protegió la vida de los policías (sobre ese punto clave apuntaba la pregunta de la periodista ninguneada). Pero su obligación es no hacer diferencias entre los medios, como tampoco puede hacerlas con las poblaciones a las que se destinan los recursos del Estado, no al menos en función de sus simpatías o antipatías.

Ese mismo día, en el que las más altas autoridades del Gobierno cerraban filas para cubrir el desastre operativo de la intervención policial en Lambayeque –cuya urgencia nadie discute y más bien hay que felicitarse por que haya ocurrido, así sea con tan dañina tardanza, el ministro de Defensa también salió al ruedo. Lejos de hacer el más mínimo análisis de lo ocurrido, se limitó a decir que quienes criticaban la operación no tenían idea de lo que significaba gobernar, y que eran “puro bla-bla-bla”, acompañando la despectiva frase con elocuentes gestos de ambas manos. Como diciendo, métanse la lengua a buen recaudo porque ustedes no saben cómo se hacen estas cosas y nosotros sí. Más allá de las gruesas carencias logísticas y de inteligencia en la operación, cuyo saldo trágico es culpa de los asesinos y sus comanditarios, pero la responsabilidad es sin duda del ministro, el desprecio tanto del presidente como del titular de Defensa a quienes critican o discrepan tiene un talante autoritario que se está generalizando –el juego de palabras no es casual– y crispa peligrosamente la dinámica social.

La discrepancia, dice Fernando Savater, me hace democráticamente más cuerdo. Por consiguiente, la incapacidad de escucharla me hace lo contrario: no solo me priva de una valiosa comprensión acerca de la marcha de la sociedad en su conjunto, sino que me estanca en un autoerotismo mental. Solo me satisface lo que yo pienso o creo y la opinión de los demás, como respondió el citado ministro una vez que lo llamamos a responder a las críticas del público que llamaba a la radio, “me importa un pepino”. Cuidado con ese pepino que se puede convertir en bumerán.

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